Los Desiertos Magnéticos del Mundo – Zona del Silencio, puerta del universo

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Armin Gómez

(Este artículo apareció por primera vez en Ron Mader’s Eco Travels (www.planeta.com)

Un desierto cuya inmensidad bordea montañas con aspecto de cráteres, donde abundan aereolitos esparcidos en sus alrededores, asi como el recuerdo de un cohete espacial que cayó en su árido territorio, hacen de la misteriosa Zona del Silencio, en el norte del país un escenario sideral.

A esta impresión contribuye la magnífica vista de la bóveda celeste que se tiene desde ahí, la cual permite apreciar constantes lluvias de estrellas y algunos satélites artificiales en movimiento, acompañada del manto silencioso que efectivamente cubre este lejano paraje, a donde se dice no penetran las ondas electromagnéticas de la radio.

En el llamado Vértice de Trino, confluencia de los estados de Coahuila, Durango y Chihuahua, delimitada por la peculiar Sierra del Diablo y vigilada por el solitario cerro llamado Pastelone o de San Ignacio, la Zona del Silencio produce realmente ese encuentro con la callada quietud de la naturaleza por la sensación de vacío y alejamiento que caracteriza el lugar.

Sin embargo, una poderosa energía magnética, responsable de la atracción de los cuerpos celestes hacia el sitio, es en realidad lo que puebla este singular desierto mexicano y lo reviste de un ambiente denso que pesa sobre el visitante, remontándolo a otra dimensión, distinta de la normal. Así, la Zona del Silencio ofrece no solo un paisaje insólito sino también una experiencia sensorial.

Para su fortuna, ha sido designada “Reserva de la Biosfera de Mapimí”, y el Instituto de Estudios del Desierto, organismo gubernamental duranguense, vigila que su prodigiosa flora — que incluye a los endógenos nopales morados — y su sorprendente fauna — tortugas y reptiles únicos en el mundo — se mantengan alejadas de la contaminación mundana.

Por eso, es difícil penetrar a la Zona del Silencio a través de polvorientas e interminables brechas, y los campesinos de ejidos como Las Lilas, en Coahuila, dan la impresión de ser los más alejados de la civilización moderna, viviendo en un confín del mundo, solitario y remoto.

A 64 kilómetros de la carretera que va de Torreón a Químicas del Rey, en Coahuila, y otros tantos del ferrocarril que conecta con Estación Carrillo, Chihuahua, o de la salida hacia Ceballos, Durango, el desierto ocupa al menos 160 mil hectáreas de silenciosa y desolada extensión.

Cayó el Athenas y llegó la fama

En los primeros años de la década de los 70, un cohete de la NASA llamado Athenas cayó en la región debido a un desperfecto.

Varias semanas duró su búsqueda en las inmediaciones de Medanos, sitio ubicado en la parte duranguense de la Zona del Silencio que se caracteriza por sus formaciones rocosas similares a estalagmitas, como dedos de una mano gigante.

A pesar del esfuerzo de los técnicos norteamericanos, los aparatos de radar utilizados no aportaban dato alguno, e incluso el rastreo desde el aire resulto infructuoso.

Cuando al fin fue localizado el cohete, se tendió un tramo de via férrea desde Estación Carrillo, pero la revista <i>Mexico Desconocido</i> afirma que los especialistas no solo se llevaron el cohete, sino también varias toneladas de arena del desierto con el pretexto de que estaba contaminada, bajo un fuerte dispositivo de seguridad.

Eso originó rumores de que la zona poseía cualidades magnéticas desconocidas, que aumentaron cuando el lugareño Harry de la Peña descubrió un punto a donde no llegaban las ondas de radio. Sus declaraciones originaron una investigación realizada por universitarios de Torreón, quienes propusieron la teoría de que un cono magnético cubría esta región y bloqueaba diferentes tipos de señales.

Sin embargo, el autor de este articulo sí pudo sintonizar la radio en la ladera del Cerro Pastelone, y se afirma que quienes se dedican a estudiar la región no han podido localizar de nuevo la tal “zona silenciosa”.

Es posible que el magnetismo mencionado más bien influye en la frecuencia con la que se pueden apreciar numerosas estrellas fugaces que “caen” hacia el desierto y se acercan tanto que parecen bolas de fuego.
Este fenómeno natural que agrega movimiento a la bóveda celeste coincide con la aparición un globo sonda que pasa cada 90 minutos, y es claramente visible desde el lugar, por lo que algún observador podría confundirlo con un objeto volador no identificado.

Entre cráteres, estrellas, cohetes y misterio, la aventura espacial se complementa al visitar una de las zonas donde cayó un meteorito, ubicada en el ejido Las Lilas, en la que es claramente visible un área circular cubierta con rocas metálicas pulverizadas.

Un letrero indica el sitio preciso con una única leyenda: “Meteorito”. Al internarse en su pedregoso contorno se aprecian las muestras de roca metálica lisa por la ignición o bien, porosa como espuma del metal que hierve a gran velocidad antes de chocar contra la Tierra.

Es importante agacharse a recopilar algunos aereolitos, de muy distinta textura a las rocas comunes, porque dicen que representan la buena suerte que viene del espacio.

Habitantes del Silencio

Manos recias y piel curtida por el fuerte sol caracterizan a Miguel García, comisariado ejidal de Las Lilas, lejano poblado en el que viven 18 familias.

“No, por aquí no pasa nada”, expresó al negar posibles avistamientos de naves o meteoros, señalando que la vida en la desértica zona es tranquila, aunque no fácil. Al darle la mano, se percibe la rudeza del trabajo que ejecuta don Miguel y la aridez del clima que le ha agrietado la piel.

En regiones como esta, se establecen fideicomisos de riesgo compartido para estimular la ganadería con capital gubernamental, y hacer posible la economía de la región. En particular, en Las Lilas se invirtieron este año 224 millones 51 mil pesos para habilitar ocho mil 865 hectáreas de agostadero con 350 “unidades animal” que equivalen a vacas con becerro o bien, caballos.

Siguiendo la indicación de don Miguel, fue posible dar con un banco de fósiles, otro elemento de interés que también posee la Zona del Silencio.

Por haber sido en la Era Cenozoica parte del Mar de Thetis, el gran desierto chihuahuense que abarca esta región está lleno de caracoles y conchas marinas fosilizados, que esporádicamente surgen de las candentes arenas. Un letrero pide a los visitantes que no se lleven los fósiles, pero difícilmente alguien vigila que la orden se cumpla.

Solo están presentes los extraños nopales de color violeta, los numerosos cactus que llaman “viejitos” por sus espinas que simulan cabello blanco, los nopales rastreros que sirven de alimento al ganado, o matorrales como el hojase o la gobernadora.

La fauna silvestre de la región incluye las escasas tortugas endógenas, que están siendo conservadas en el Instituto de Estudios del Desierto para evitar su extinción, así como a veloces liebres, palomas silvestres que cantan al salir el sol, uno que otro coyote, y otros reptiles que por fortuna permanecen ocultos en tiempo de calor.

Para abandonar la Zona del Silencio, hay que batallar con los peligrosos bancos de arena, en los que los vehículos pueden quedarse varados. El calor es sofocante. Poco a poco se va reduciendo la alta efigie del Pastelone al alejarse hacia la carretera, sin perder su aspecto de cráter lunar, similar a los que muestra en la lejanía la Sierra del Diablo.

La atmósfera sorprendente de un desierto magnético, que atrae meteoros a la Tierra y donde el silencio reina a lo largo de kilómetros de blancas arenas, quedó atrás, al fin. Regresar de la Zona del Silencio es como volver de otro mundo a la realidad.

Contact:
Lic. Armin Gómez Barrios
Director de Carrera de Comunicación
ITESM Campus Ciudad de Mexico
Calle del Puente 222, Esq. Periférico Sur
Tlalpan, Mexico D.F. 14380
Tel. (52)(5) 723-2176
Email: [email protected]

Published or Updated on: March 1, 2001 by Armin Gómez © 2009
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